Seamos compasivos
Jesús fue, es y será siempre el único ejemplo de integridad
y compasión. Tal y como él lo dijo lo hizo. No vino a contradecir la ley sino a
darle su sentido verdadero y a enseñarnos a cumplirla.
Como parte de mi lectura obligatoria del diplomado en Teología
que curso en el SETECA, tuve que leer Mateo, Marcos y Lucas. Y gracias a la
buena influencia de mi amigo Jorge, ahora cada vez que leo siempre subrayo las
ideas que llaman mi atención, y no pude dejar sin subrayar Mateo 8:3.
Jesús acaba de terminar su famoso discurso llamado el Sermón
del Monte. Y mientras él bajaba un leproso se le acerca y debemos recordar que
estas personas eran consideradas impuras por su enfermedad. Pero la
responsabilidad no caía sobre el enfermo, pues este ya se sabía enfermo y
rechazado, sino la responsabilidad era del sano. Este debía cuidarse de no
estar cerca de los rechazados enfermos. Pero Jesús no impide que el leproso se
le acerque.
No se dice en el texto, pero es probable que este leproso
haya estado escuchando el sermón de Jesús y tal y como lo dice en el capítulo
7: 28 y 29 las multitudes se asombraron de su enseñanza, porque les enseñaba
como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley, y quizás pensó
que este que hablaba con autoridad también tenía poder de sanar.
Entonces el leproso se acerca a Jesús y de rodillas apela a
su misericordia. Y lo que sigue es lo que me conmovió. Jesús en cumplimiento de
la Ley, no de las tradiciones, extiende su mano y toca al leproso.
En ese momento era más importante el corazón del enfermo,
del prójimo, que si Jesús se iba a contaminar o no. Eso no era importante sino
atender a la necesidad de aceptación del rechazado.
Dice el texto que Jesús extendió la mano y lo tocó. No lo
rechazó, más. No lo criticó, más. No preguntó si era maldición, otra vez.
Lo tocó. Le dio seguridad. Le dio identidad.
A eso hemos sido llamados, a imitar a nuestro Maestro. Esta
semana aprendimos en la Fráter que hemos sido llamados a ser testigos de
Cristo, de lo que Él ha hecho en nuestras vidas. ¿Y qué éramos sino leprosos? Entonces
demos de gracia lo que de gracia recibimos.
Si se nos acercan aquellos rechazados por la religión no los desechemos. Si los considerados inmundos por los demás nos piden ayuda, brindémosela. Cuando nos busquen los desamparados, los pobres en espíritu, seamos como nuestro maestro. Tengamos compasión por los que no conocen de Jesús.
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