El pecado más grande...
OK. Si eres humano este artículo no es para ti. Te sugiero
que abras tu aplicación de Facebook o Twitter y lee lo interesante que ahí
dice, pero este artículo no es para los mortales.
Pero ya que insistes, aquí te va.
Mientras sigo mi lectura de Mere Christianity de C. S.
Lewis, llegué al capítulo que más me ha confrontado. Habla sobre el pecado más
grande. Este pecado es el que lleva a
todos los demás vicios. Es una manera de pensar completamente anti-Cristo. Lo
que alimenta este pecado es la comparación. Pero no aquella que iguala sino la
que resalta la superioridad. Este pecado es el orgullo.
El orgullo no se sacia con tener algo, sino en tener MÁS que
el otro. Y de eso, damas y caballeros, somos culpables todos. No hay placer en
saber que alguien tiene la misma cantidad de dinero que yo, la cuestión es
saber que tengo más. Y no solo dinero, sino posesiones, posiciones,
conocimiento, experiencia y hasta pobreza. Porque de que los hay, los hay.
El fin del orgullo es el poder. Ese poder para mandar a
otros, de eso se alimenta el orgullo. El orgullo hace que veamos a otros hacia
abajo y mientras veamos a las personas hacia abajo no podremos ver al que está
arriba de nosotros. Y es que mientras seamos orgullosos no podemos conocer a
Dios.
El orgullo es como un cáncer espiritual, se come toda posibilidad
de amor, de contentamiento inclusive, de sentido común.
Ah, y también el exceso de “humildad” también es orgullo. Así
que con cuidado, todos somos culpables de esto.
Ahora ¿qué hacer? Sencillo, reconocer que necesitamos de
Dios. Reconocer que tenemos un problema que solo Dios nos puede ayudar. Es una acción
constante. No de una vez, ni de una vez al día. Es a cada momento que necesitamos
rendir nuestros pensamientos a Dios.
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